9/12/2006

No tardo, amor, vuelvo en un rato


Hace unos días, el 9 de septiembre, para ser exactos, en la cama 29 del pabellón 5 de la Clínica San Rafael para personas con trastornos mentales, murió un hombre cuya identidad no pudo ser descubierta. Había llegado casi cuatro semanas antes, de la mano de un hermano juanino que lo encontró delirando en la calle. La suciedad de largo tiempo cubría el bello rostro de ese hombre de aproximadamente 60 años. Un amigo psiquiatra, juanino también, me contó que de lo poco que se le entendió al hombre es que vivía con su hermanito, que se había ido de viaje hacía cinco meses y diez días. Por la constante repetición de la historia, mi amigo dedujo que el pariente del hombre sí había efectuado un viaje, aquel conducido por Caronte tras pagarle dos tristes monedas.

Las evaluaciones psiquiátricas no pudieron explicar el porqué de las tendencias suicidas del hombre, en ausencia de signos de un estado depresivo mayor causado por la pérdida. Mi amigo se aventuró a comentarme que el hombre más bien parecía ansioso por morir. Y lo había conseguido: se ahogó con su delgada bata durante una madrugada.

La primera singuralidad del caso es que su rostro mantenía una expresión serena, de alivio, incluso de secreta alegría, aunque había dejado de respirar hacía varias horas. La segunda, que en su mano apretaba un papel cuyo contenido no había querido revelar a nadie; eran las mismas líneas de las que se alimentaba en cada comida, y que lo acompañaban en sus vigilias nocturnas. La firma es ambigua porque no se trata de siglas; acaso sea un acrónimo.

De esas palabras escritas con una caligrafía elegante mi amigo me envió una copia, la que a continuación reproduzco. Su lectura nos permite atisbar un poco la historia que celosamente guardaron.


Prométeme que el día que mueras todo se detendrá para prolongar el beso último que nos demos.

Promete a este corazón entonces acongojado que no te irás, sino que te quedarás más presente en mis duelos, mis fiestas y mis ruegos;

prométeme que te irás, pero que volverás con el otoño, cuando mi alma comience a sentir el frío de tu ausencia;

prométeme que no te irás del todo para que no odie lo que huela a ti cuando te hayas ido;

prométeme que vendrás a cobijarnos a la soledad que dejes y a mí;

prométeme que estarás en cada lugar que hemos visitado, para que cuando los recorra, sienta que camino a tu lado;

prométeme que no veré decepcionada mi fe cuando llegue allá para reencontrarme contigo;

que no seré un extraño vuelto a nacer sin que te conozca;

prométeme que no habrá ángeles ni serafines, sino muchos tús multiplicados por cada momento de felicidad que me diste;

prométeme que encontrarás el silencio adecuado ante el cúmulo de palabras que querré decirte entonces, cuando la finitud de nuestras vidas dé el giro de tuerca que nos haga ser menos limitados por lo corpóreo, y más erotizados por el espíritu;

prométeme que no llorarás de ausencia, sino que gritarás mi nombre tratando de llamarme a ese lugar cargado de dicha, incompleta hasta que vuelva a estar contigo;

prométeme que cuando me toque el turno de pagar mi pasaje hacia allá, mi visión beatífica serás tú, esperando cual imagen mesiánica que nos fundemos en el abrazo que nos dábamos cada tarde a tu llegada;

prométeme que encontraremos un punto aúreo para poner nuestra plaza y recibir a cuantos quieran departir con nosotros nuestro regocijo, como hicimos cada semana con quienes llegaban por una taza de chocolate y unas migas de ternura;

prométeme que allá nos seguiremos edificando, porque acaso la simplicidad de la imperfección sea más gozosa que la vanidad de la completud;

prométeme que tu otredad seguirá siendo mía, y mi mismidad, nuestra;

prométeme que resucitaremos con cada cúlmen que tu excelso cuerpo y mi níveo físico nos brinden;


prométeme que los amigos no me llamarán viudo, porque sólo se tratará de otro de tus viajes, con un regreso indefinido, eso sí;

prométeme que ningún imaginario popular evitará que llore y que tú descanses en paz, porque no han visitado la inhóspita región a la que no dejábamos de ir cuando nuestro beso nos unía;

prométeme que la muerte te tratará como a su huesped, no como a su víctima, y que vendrá ella a consolarme y a relatarme las últimas palabras que tú le dijiste de camino al reposo celeste;

anda, prométeme que no me heredarás tus divisas sino tu buen humor que curaba per cápita los instantes de dolor y tensión;

herédame tu sentido común, el sexto, el sobresaliente, el que fomentó que nuestro amor adolescente deviniera en adulto;

vamos, prométeme que mis dudas y sinsentidos quedarán resueltos cuando me hayas explicado los porqués de habernos unido tantos años, cuando me cuentes el caudal de casualidades que usó Él para unirnos, cuando me reveles los secretos míos que allá descubriste, pero que no dejaste de cubrir con el aura de la comprensión.

Cuando me hayas saludado con tus labios serenos de ansiedad, y mis brazos hayan abarcado la espalda tuya que cargó seis lustros de pan compartido,

cuando me hayas dicho que me estabas esperando y no pueda desagobiar mi lengua llena de gozo, entonces, y sólo entonces, sabré que estoy en casa.


Olpapa

5 Comments:

Blogger Flavio Pastor said...

Te lo prometo :..(

11:20 a.m.  
Blogger Ben said...

Es muy bonito! u_u... pero se me hace un poco meloso... bueno así soy yo tienen que ser algo especial para que no me causen la sensación de melosidad...
En fin, tambien la historia introductoria está chida.
Bueno y será que a mi no me gusta mucho el romance y el amor... pero sí lo acepto, en fín en el mundo hay para todos.

1:32 p.m.  
Blogger M said...

Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

2:59 p.m.  
Blogger M said...

Sin habla...

3:00 p.m.  
Blogger 翼のおれたエンジェル said...

Lloré y abracé a mi nene. Dejé a un lado los exámenes que estaba tecleando y agradecí por todo lo que nos queda por vivir juntos, así sean unas horas, unos años o la vida entera.

Me lo comí a besos.

Saludines, Daniel y Flavio
Angelín

9:51 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home